por Adriana Celis
Sin lugar a dudas, uno de los grandes siervos de Dios que se ha marchado para la eternidad ha sido Eduardo Hinojosa o “Lalo”, como era conocido cariñosamente. El pasado 3 de junio de este año, 2024, Lalo dejó el mundo terrenal para caminar por la calles de oro celestiales. Fueron 81 años de servicio al Señor como siervo íntegro, pastor, esposo, padre, tío, hermano, pero ante todo, un líder que dejó un legado difícil de olvidar.
Su vida y su caminar estuvieron marcados de momentos gratos, pero también de luchas y pruebas, que aprendió a superar de la mano de su Dios y salvador, a quien siempre en vida buscó amar y honrar.
Lalo nació en San Fernando México, el 22 de marzo de 1943, y sus padres fueron Joaquín Hinojosa y Ana Dominga Gracia Hinojosa. Su esposa fue María S. Hinojosa, con quien conformó su hogar y cuyos hijos son Eduardo Hinojosa Jr. “Eddie”, David Hinojosa y Ana Alicia Hinojosa.
A lo largo de su vida, Lalo construyó un legado en este mundo el cual está profundamente moldeado por valores y acciones que son como huellas que dejo en la arena. La confianza y el respeto que sembró en cada persona que conoció tuvo como base la coherencia de sus palabras y sus acciones, para que fueran un ejemplo veraz del amor hacia Dios y su palabra. Es por ello que Lalo se desempeñó como el pastor de la iglesia Nueva Vida, Centro Cristiano en San Benito Texas. Aunque su vida estuvo llena del servicio hacia la iglesia de Cristo, podemos remontarnos a sus inicios en la iglesia Menonita del Cordero, desempeñando labores voluntarias con el grupo de jóvenes de aquella época.
El pastor Lalo siempre vivirá en nuestros corazones. Su vida será recordada como una vasija mediante la cual Dios llenó la vida de muchos de amor, fe y esperanza. Y aunque sabemos que goza de las mansiones celestiales, su voz será profundamente extrañada en esta tierra. Lalo siempre será recordado a través de muchas historias de risas, barbacoas y juegos de voleibol.
«Su legado tuvo un gran impacto e influyó en la vida de muchos
para que fueran una mejor versión de sí mismos y sirvieran
a Dios con toda su vida».
No es un adiós, sino hasta un hasta luego, pastor Lalo.